"Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia". Mateo 5:7
Un padre sale con su hijo de excursión. El hijo es todavía un niño, pero camina sin temor al lado de su padre, además le gusta preguntar sobre todo lo que observa, pregunta por las aves y las flores, pregunta por el río, pregunta por la lluvia. Llegan a un lugar ideal para descansar y juntos contemplan extasiados la exhuberante naturaleza en el camino hacia las montañas. Cuando están listos para reanudar el viaje, el pequeño tropieza y cae, grita y el eco de su grito resuena en las montañas. El niño piensa que alguien se está burlando de él y grita con todas sus fuerzas: "malo", y el eco responde "malo, malo, malo". Grita otra vez: "¡feo!", y el eco otra vez "¡feo!, ¡feo!,¡feo!", el niño asustado corre donde su papá, grita otra vez: "¡Horrible!", y el eco "¡Horrible!, ¡Horrible!, ¡Horrible!". El niño pregunta "¿qué es eso papá?". El padre lo tranquiliza, le dice que observe, se pone de pie y grita con todas sus fuerzas: "¡Bonitooooooo!". Desde el corazón de las montañas otra vez se escucha el eco: "¡Bonitooo!, ¡Bonitooo!, ¡Bonitooo!". Otra vez el padre grita: "¡Fantásticooooo!", el eco siempre fiel contesta "¡Fantásticooooo!, ¡Fantásticooooo!, ¡Fantásticooooo!". El niño se alegra, junta las manos haciendo un círculo sobre su boca y grita: "¡Lindooooooo!" y el eco otra vez "¡lindoooo, lindooo, lindoo!". "¿Qué es eso papá?", pregunta otra vez. El padre, no queriendo dejar pasar una oportunidad de enseñarle una lección le dice: "Hijo, eso es la vida, siempre te contestará del modo en que la llames". También nuestro padre celestial quiere enseñarnos una lección espiritual en esta quinta bienaventuranza. Aquí Jesús expresa el principio de causalidad espiritual expresado en otro pasaje de la escritura de un modo diferente: "Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará" (Gálatas 6:7).
Esta bienaventuranza fue dirigida a un pueblo sumamente religioso, quiero decir religioso en el sentido tradicional del término: alguien que asiste a una iglesia, lleva la Biblia en la mano y hasta quizá lleve en el auto una etiqueta que diga "Yo amo a Jesús". Los líderes religiosos en aquél tiempo valoraban más las formas exteriores de la religión: la indumentaria, las ceremonias litúrgicas, los sacrificios, la circunsición, la rigurosa fidelidad en los diezmos y el cumplimiento estricto de las tradiciones eclesiales. Ahora bien, ninguna de estas cosas es condenable en sí misma, incluso la mayoría de ellas son deseables en la vida del cristiano. Pero a los fariseos, siempre envueltos en el cumplimiento de una vorágine de preceptos vanos, se les había olvidado el punto fundamental de la experiencia religiosa y la auténtica razón de todo el ceremonial litúrgico: la entronización del Hijo de Dios en el corazón. Fue tal su extravío que cuando el Mesías caminó entre ellos no lo reconocieron. Allí está la razón de su fracaso, por no entronizar al Hijo de Dios en el corazón la liturgia no tenía sentido. Estaban tan ocupados en las formas de la religión que olvidaron el fondo de ella. Es por eso que su religión era tan carente de vida, es por eso que no había misericordia en sus corazones, es por eso que aborrecían a sus semejantes. Tal tipo de de religión no produce más que un legalismo incapaz de salvar. Esa no es la religión de Jesús, pues el vino a "darnos vida en abundancia". La presencia de Jesús en el corazón produce misericordia.
Etimologicamente, la palabra misericordia significa "dolor del corazón". Pero su significado no se restringe a la simple compasión inactiva. Misericordia no sólo es compasión, es lucha contra el mal, es rebeldía contra el pecado, es acercamiento humano, es identificación con los que sufren, es predicar el evangelio de la salvación, es preocupación activa. La misericordia no sólo es decir "pobrecito", es llevar una palabra de ánimo, es perseverante oración intercesora, es perdón aliviador. Cuando Dios nos vio en el lodo del pecado no sólo tuvo compasión, se hizo carne para salvarnos. Eso es misericordia. De esta misericordia nos habla Jesús. Aquél que obra con misericordia con sus semejantes, alcanzará misericordia delante de Dios. Es una ley del reino celestial, es el principio divino de la reciprocidad. Ahora bien, no es que alcanzaremos misericordia porque somos esencialmente misericordiosos, sino porque Jesús habita en nosotros es que seremos misericordiosos, y como consecuencia de eso alcanzaremos la misericordia del Altísimo.
Esta bienaventuranza fue dirigida a un pueblo sumamente religioso, quiero decir religioso en el sentido tradicional del término: alguien que asiste a una iglesia, lleva la Biblia en la mano y hasta quizá lleve en el auto una etiqueta que diga "Yo amo a Jesús". Los líderes religiosos en aquél tiempo valoraban más las formas exteriores de la religión: la indumentaria, las ceremonias litúrgicas, los sacrificios, la circunsición, la rigurosa fidelidad en los diezmos y el cumplimiento estricto de las tradiciones eclesiales. Ahora bien, ninguna de estas cosas es condenable en sí misma, incluso la mayoría de ellas son deseables en la vida del cristiano. Pero a los fariseos, siempre envueltos en el cumplimiento de una vorágine de preceptos vanos, se les había olvidado el punto fundamental de la experiencia religiosa y la auténtica razón de todo el ceremonial litúrgico: la entronización del Hijo de Dios en el corazón. Fue tal su extravío que cuando el Mesías caminó entre ellos no lo reconocieron. Allí está la razón de su fracaso, por no entronizar al Hijo de Dios en el corazón la liturgia no tenía sentido. Estaban tan ocupados en las formas de la religión que olvidaron el fondo de ella. Es por eso que su religión era tan carente de vida, es por eso que no había misericordia en sus corazones, es por eso que aborrecían a sus semejantes. Tal tipo de de religión no produce más que un legalismo incapaz de salvar. Esa no es la religión de Jesús, pues el vino a "darnos vida en abundancia". La presencia de Jesús en el corazón produce misericordia.
Etimologicamente, la palabra misericordia significa "dolor del corazón". Pero su significado no se restringe a la simple compasión inactiva. Misericordia no sólo es compasión, es lucha contra el mal, es rebeldía contra el pecado, es acercamiento humano, es identificación con los que sufren, es predicar el evangelio de la salvación, es preocupación activa. La misericordia no sólo es decir "pobrecito", es llevar una palabra de ánimo, es perseverante oración intercesora, es perdón aliviador. Cuando Dios nos vio en el lodo del pecado no sólo tuvo compasión, se hizo carne para salvarnos. Eso es misericordia. De esta misericordia nos habla Jesús. Aquél que obra con misericordia con sus semejantes, alcanzará misericordia delante de Dios. Es una ley del reino celestial, es el principio divino de la reciprocidad. Ahora bien, no es que alcanzaremos misericordia porque somos esencialmente misericordiosos, sino porque Jesús habita en nosotros es que seremos misericordiosos, y como consecuencia de eso alcanzaremos la misericordia del Altísimo.
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