martes, 5 de febrero de 2008

FELICES LOS PACIFICADORES


"Bienaventurados los pacificadores porque ellos serán llamados hijos de Dios". Mateo 5:9


En la moderna ciudad brasileña de Sao Paulo se vivió un verdadero infierno del 12 al 16 de mayo. La organización criminal autodenominada el Primer Comando de la Capital (PCC), coordinó una serie de acciones delincuenciales: se asesinaron policías, hubo motines en las cárceles, quema de autobuses y destrucción del patrimonio público. La población entró en pánico, mientras que las autoridades trataban de contener este ataque masivo y coordinado de los criminales. Un amigo peruano que vive en Sao Paulo me contaba por internet: "Pastor, todo es un caos, la ciudad está en pánico, corren rumores que los bandidos van a tomar la ciudad". El y su esposa estaban lejos de su casa así que entraron en un hotel y pasaron allí la noche. Es impresionante el aumento de la delincuencia en las grandes ciudades. Para no ir lejos, aquí en la pequeña ciudad donde vivo, no pasa una semana sin que haya por lo menos dos o tres asesinatos, la mayoría por ajuste de cuentas entre mafias de traficantes de droga. Todos nos sentimos preocupados con las manifestaciones de violencia y los extremos de crueldad al que puede llegar el ser humano, por eso es curioso que mientras más se hable de paz, más empeñados estamos en la guerra. Lo más triste es que la violencia genera violencia, y parece que estamos atrapados en medio de un espiral sobre el cual no tenemos ningún control y por lo tanto no sabemos enfrentar. Si queremos alcanzar la paz, necesitamos ir al maestro de la paz. Sólo Jesús puede enseñarnos el camino para salir de esta locura que, sin la intervención divina, nos llevaría en poco tiempo a la extinción de la especie humana.
A lo largo de la historia muchos ejércitos salieron a destruir a sus enemigos en nombre de Dios, equivocadamente pensaban que así estaban haciendo la voluntad de Dios. Puede incluso que los animaba el deseo de ser reconocidos como verdaderos hijos de Dios. Sin embargo, el dulce Rabí de Galilea enseñó: "Felices los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios". Es decir los hijos de Dios son reconocidos como personas que llevan paz dondequiera que estén. Esto es interesante, porque si pensamos bien, para los seres humanos es necesario que haya por lo menos dos para que haya guerra, y llaman paz a la ausencia de guerra. No es así como enseña nuestro Salvador. Para Jesús, tanto la guerra como la paz no son exteriores al hombre, porque uno puede estar en guerra consigo mismo o en paz consigo mismo. Es decir, Jesús va al fondo del asunto y explica que primero debemos ser humildes, quebrantados, mansos, misericordiosos y puros. En las primeras bienaventuranzas Jesús nos explica cómo tener paz en el corazón, mientras que en esta última nos anima a compartir la paz de la que ya disfrutamos. No podemos ser pacificadores si la paz no está en nuestro corazón. La paz en el corazón es el resultado de la soberanía de Cristo en la vida. La verdadera paz no se consigue con marchas y manifestaciones para evitar guerras. Las guerras no son sino el resultado más dramático de la ausencia de Dios en el corazón de los seres humanos. Jesús nos anima a tener paz y actuar como pacificador en todas las esferas de nuestra vida. ¡Cuántas veces nos enojamos por cosas insignificantes! A veces hay una gran discusión en casa por definir el lugar exacto donde apretar la pasta dental, o porque nuestro orgullo no nos permite perder una discusión. Ese es el asunto central, no juguemos a ser pacificadores de grandes guerras si no hemos aprendido a tener paz en el corazón. De lo contrario, sólo seremos demagogos de la paz.

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