"Bienaventurados los pobres en espíritu porque de ellos es el reino de los cielos". Mateo 5:3
Dios vino a revelar su carácter a través del ministerio de Jesus en esta tierra. Aunque Dios también se revela a través de la naturaleza y de las Sagradas Escrituras, es a través de su propio Hijo como él muestra más claramente la excelencia de su carácter. Jesús, a través de su vida y sus enseñanzas, nos reveló cuán lejos estamos los hombres de vivir de acuerdo a los principios que rigen el reino de Dios. En el corazón de Dios gobierna el amor, en el corazón del hombre reina el egoísmo. El amor procura el bienestar y la felicidad de la persona que se ama, el egoísmo busca el propio bienestar. El amor y el egoísmo son dos principios antagónicos y llevan a consecuencias exactamente opuestas.
El egoísmo puede llevar a resultados aparentemente buenos en el corto plazo. Un hombre egoísta puede conquistar mucho poder y acumular una gran fortuna, puede llegar a tener una linda familia. Al principio las cosas materiales satisfacen algunas necesidades, y eso les hace sentirse bien. Pero todo aquello que se consigue con egoísmo no proporciona la verdadera felicidad. El egoísta pronto descubre que está vacío, y no consigue ni disfrutar de todo aquello que consiguió en la vida. No es feliz, y al no ser feliz hará infelices a quienes lo rodean. Los egoístas están entre las personas más infelices del mundo. No importa cuanto consiguieron, siempre quieren más. Siempre están insatisfechos. El egoísmo nunca se cansa de conseguir más poder, de acumular mayores bienes materiales. El verdadero drama es que en la búsqueda del poder, la fortuna y la fama ellos olvidan y lastiman a las personas. Están tan ciegos que no se dan cuenta que están perdiendo a su familia. Hay muchos hijos que crecen solitarios y sin sentirse amados, mientras sus padres buscan frenéticamente la felicidad allí donde la felicidad no se encuentra. Al final, en el largo plazo, es cuando se dan cuenta que el egoísmo tiene un altísimo costo.
El plan de Dios para el hombre es diferente. Nunca pienses que es el deseo de Dios que no te vistas bien o que no tengas una buena casa. No es así, Dios también desea tu bienestar material. El dice: "amado yo deseo que seas prosperado en todas las cosas". Ese es su deseo. Por eso, él nos muestra cuál es el verdadero camino de la felicidad. Jesús dice: "Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de Dios". Este es un concepto interesante y revolucionario. Muy diferente a lo que el mundo enseña. Jesús nos dice que para ser feliz hay que ser pobre en espíritu. Mientras el mundo nos enseña que ser pobre es incompatible con ser feliz, el Señor Jesús dice exactamente lo contrario, ser pobre o ser rico materialmente no tiene nada que ver con ser o no ser feliz, la felicidad tiene que ver con ser pobre en espíritu. ¿Qué significa ser pobre en espíritu? La palabra que se traduce como pobre, se refiere a una pobreza extrema, a la verdadera miseria. Esta palabra se refiere a alguien tan miserable que no puede hacer nada por sí mismo. Alguien a quien sólo le resta depender por completo de otro. Lo que Jesús está tratando de decir es que para ser felices necesitamos ser total y plenamente dependientes de Dios. Dejar que su amor inunde nuestro corazón y permitir que él nos guíe en todas las decisiones de nuestra vida. No confiar en nuestra propia capacidad ni seguir los deseos de nuestro egoísta corazón. Es así como alcanzaremos la felicidad, la paz y la seguridad. Nada que se alcance mediante nuestro impulso egoísta nos hará verdaderamente felices. Sólo el amor de Jesús hará que le demos valor a las cosas que realmente importan en la vida.
El egoísmo puede llevar a resultados aparentemente buenos en el corto plazo. Un hombre egoísta puede conquistar mucho poder y acumular una gran fortuna, puede llegar a tener una linda familia. Al principio las cosas materiales satisfacen algunas necesidades, y eso les hace sentirse bien. Pero todo aquello que se consigue con egoísmo no proporciona la verdadera felicidad. El egoísta pronto descubre que está vacío, y no consigue ni disfrutar de todo aquello que consiguió en la vida. No es feliz, y al no ser feliz hará infelices a quienes lo rodean. Los egoístas están entre las personas más infelices del mundo. No importa cuanto consiguieron, siempre quieren más. Siempre están insatisfechos. El egoísmo nunca se cansa de conseguir más poder, de acumular mayores bienes materiales. El verdadero drama es que en la búsqueda del poder, la fortuna y la fama ellos olvidan y lastiman a las personas. Están tan ciegos que no se dan cuenta que están perdiendo a su familia. Hay muchos hijos que crecen solitarios y sin sentirse amados, mientras sus padres buscan frenéticamente la felicidad allí donde la felicidad no se encuentra. Al final, en el largo plazo, es cuando se dan cuenta que el egoísmo tiene un altísimo costo.
El plan de Dios para el hombre es diferente. Nunca pienses que es el deseo de Dios que no te vistas bien o que no tengas una buena casa. No es así, Dios también desea tu bienestar material. El dice: "amado yo deseo que seas prosperado en todas las cosas". Ese es su deseo. Por eso, él nos muestra cuál es el verdadero camino de la felicidad. Jesús dice: "Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de Dios". Este es un concepto interesante y revolucionario. Muy diferente a lo que el mundo enseña. Jesús nos dice que para ser feliz hay que ser pobre en espíritu. Mientras el mundo nos enseña que ser pobre es incompatible con ser feliz, el Señor Jesús dice exactamente lo contrario, ser pobre o ser rico materialmente no tiene nada que ver con ser o no ser feliz, la felicidad tiene que ver con ser pobre en espíritu. ¿Qué significa ser pobre en espíritu? La palabra que se traduce como pobre, se refiere a una pobreza extrema, a la verdadera miseria. Esta palabra se refiere a alguien tan miserable que no puede hacer nada por sí mismo. Alguien a quien sólo le resta depender por completo de otro. Lo que Jesús está tratando de decir es que para ser felices necesitamos ser total y plenamente dependientes de Dios. Dejar que su amor inunde nuestro corazón y permitir que él nos guíe en todas las decisiones de nuestra vida. No confiar en nuestra propia capacidad ni seguir los deseos de nuestro egoísta corazón. Es así como alcanzaremos la felicidad, la paz y la seguridad. Nada que se alcance mediante nuestro impulso egoísta nos hará verdaderamente felices. Sólo el amor de Jesús hará que le demos valor a las cosas que realmente importan en la vida.
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