"Y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén." (Apocalipsis 1:6)
La historia nos muestra las consecuencias terribles cuando la iglesia se aparta de los principios bíblicos. La iglesia cristiana durante la Edad Media se convirtió en una institución que estaba unida inseparablemente al imperio romano. Toda persona nacida en el imperio nacía también dentro de la iglesia. Inclusive las conquistas militares eran entendidas como una manera de hacer evangelismo. En ese contexto, se desarrolló la peligrosa idea de que los asuntos eclesiásticos, la interpretación de la Escritura y la predicación del evangelio debían ser tareas exclusivas de un grupo de especialistas que consituían el "clero". Los que no pertenecían al clero eran llamados, con un cierto aire despectivo, de "laicos", una palabra que se refiere a personas poco instruidas, sin experiencia, y por lo tanto incapaces de llevar adelante una tarea que era reservada sólo a especialistas. Esta idea ha causado estragos incalculables a la iglesia y puede que sea la raíz del debilitamiento espiritual de millares de cristianos.
Nunca fue el plan de Dios que su pueblo se dividiese entre especialistas de la fe y analfabetos espirituales. El plan de Dios siempre fue que todo el que recibiese a Jesucristo se trasnsformase en un sacerdote preocupado con los asuntos del reino de Dios (I Pedro 2:9).
Todos podemos ser misioneros en las manos de Jesus. El movimiento adventista comenzó cuando un grupo de personas simples, pero sinceras, creyó que Dios les había dado un mensaje solemne y urgente para predicarlo al mundo. Fue esa poderosa convicción que transformo a algunos rústicos agricultores en elocuentes predicadores y gigantescos ganadores de almas. La mayor parte de los adventistas de aquel tiempo eran personas de fe, que estaban dispuestas a ofrecer su vida en el altar del servicio a Dios. Así es que comenzó la obra de esta iglesia, y es así como terminará.
Durante los dos mil años que transcurrieron desde la primera venida de Cristo, millares de personas estuvieron dispuestas hasta entregar sus vidas en la obra de predicar a Cristo. Ahora, cuando el reloj profético marca los últimos segundos de la historia de este mundo ¿Podemos mostrar un compromiso menor que el de aquéllos que nos antecedieron?
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