domingo, 3 de febrero de 2008

LAS PREGUNTAS DE LA INCREDULIDAD


"Y cuando Faraón se hubo acercado, los hijos de Israel alzaron sus ojos, y he aquí que los egipcios venían tras ellos; por lo que los hijos de Israel temieron en gran manera, y clamaron a Jehová. Y dijeron a Moisés: ¿No había sepulcros en Egipto, que nos has sacado para que muramos en el desierto? ¿Por qué has hecho así con nosotros, que nos has sacado de Egipto? ¿No es esto lo que te hablamos en Egipto, diciendo: Déjanos servir a los egipcios? Porque mejor nos fuera servir a los egipcios, que morir nosotros en el desierto." (Exodo 14: 10-12).

Cuando los israelitas salieron de Egipto, lo hicieron con júbilo y entre exclamaciones de alegría. La perspectiva de ser hombres y mujeres libres era maravillosa y el optimismo dominaba los corazones. Aquel pueblo, iletrado y esclavo por varios siglos, no había conocido tantos motivos de alegría como cuando fueron liberados de la opresión egipcia. El modo portentoso como Dios había actuado en su liberación todavía estaba fresco en su memoria. Se sentían seguros bajo el cuidado divino y confiados en el liderazgo de Moisés. Se habían acostado como esclavos y se levantaron como hombres libres, ahora nadie quería permanecer un día más en Egipto y salieron hacia Canaan en medio de un ambiente festivo.
Cuando todo parece ir bien no hay mucha diferencia entre las personas. Hombres y mujeres, jóvenes y adultos, niños y ancianos, ricos y pobres, fieles e infieles; todos se alegraron el día que salieron de Egipto. Es cuando aparecen los momentos de crisis cuando las diferencias se hacen claramente visibles. El pueblo de Israel, que era unánime en su optimismo el día de la liberación, se dividió cuando enfrentaron la primera crisis en su camino hacia la tierra prometida. El Faraón se arrepintió de haberlos dejado salir y fue en busca de sus esclavos. Salió con seiscientos carros de combate para hacer volver a los israelitas. Podemos imaginar al pueblo de Israel contemplando los carros egipcios que se acercaban. Sintieron que la muerte había llegado y que serían fácilmente destruídos por un enemigo superior en fuerza. Aparentemente no había escapatoria y la situación se tornaba cada vez más desesperada. Veían para un lado, estaba el calcinante desierto. Al otro lado, una escabrosa montaña. Atrás, el mar rojo se extendía como un obstáculo insalvable. Al frente, los egipcios con sed de venganza que se acercaban cada vez más. Allí se dividió el ánimo del pueblo: mientras la mayoría miraba el desierto, la montaña y el mar; y otros veían aterrorizados el ejército enemigo, había quienes clavaron su mirada hacia el cielo. En medio de la situación desesperada se hizo evidente el tamaño de la fe de cada uno. Allí, frente al peligro de muerte, se vio quien confiaba en Dios. Ese fue el momento donde los momentos de comunión con Dios dieron su fruto de serenidad y confianza en medio de la adversidad. ¿A qué grupo perteneces? ¿Donde colocas tu confianza cuando enfrentas una situación desesperada?
Entre los que desconfiaban de Dios hubieron diversas actitudes. Nuestro texto de hoy contiene tres preguntas de los incrédulos frente a la adversidad. La primera pregunta es "¿No había sepulcros en Egipto?". Ellos ya se daban por muertos. Tenían la plena y total convicción que el ejército egipcio los aplastaría. Todavía estaban vivos, pero ya querían elegir el lugar de su sepulcro. Ese derrotismo es típico de quien sin dar batalla ya perdió la guerra. El que confía en Dios nunca dará una batalla por perdida, porque es Dios el que va delante de él.
Otra pregunta que hicieron los israelitas fue "¿Por qué nos sacaste de Egipto?". Es realmente curioso el espíritu humano. Siempre busca alguien a quien echarle la culpa. Los israelitas estaban frente a un formidable desafío, con el enemigo a punto de destruirlos, pero eso no era obstáculo para ellos estar buscando un culpable. Todos habían salido por su voluntad, nadie había venido siendo arrastrado. Pero había que encontrar un culpable y el más a la mano para ser el chivo expiatorio era Moisés. No sirve de nada andar buscando un culpable cuando el peligro llega a tu vida. El que confía en Dios no andará buscando culpables pues sabe que Dios dirige todas las cosas.
La otra pregunta de los incrédulos fue "¿No te habíamos dicho que nos dejes servir a los egipcios?". La verdad es que ellos estaban exagerando. No veían las cosas en su real dimensión. Ellos habían aceptado las propuestas de Moisés y habían salido voluntariamente de Egipto. Pero es común en el ser humano el engañarse a sí mismo para no ver la realidad. Eso no acontece con quien confía en Dios, pues su confianza en Dios nunca le hará perder el contacto con la realidad.
La triste conclusión a la que llegaron fue que era mejor vivir siendo esclavos que morir como hombres libres. Sin duda una declaración indigna para cualquier ser humano. No creo que nadie quisiera que en su tumba se escriba "Prefirió vivir como esclavo antes de morir como hombre libre". Es penoso, pero eso es exactamente lo que sucede en la vida espiritual de millones de personas: prefieren vivir como esclavos de Satanas antes de morir al pecado entrándose a Jesús. El que confía en Dios ha encontrado la verdadera libertad y nunca más anhelará vivir en la esclavitud de una vida pecaminosa.
Hace poco estuve conversando con Edinelsa, una fiel hermana de nuestra iglesia. Ella contaba que trabajando como obrera bíblica había afrontado la prueba más devastadora de su vida: su pequeña de apenas dos años murió, dejándola a ella y a su esposo sumergidos en una honda tristeza. Habían pasado ya varios años de la muerte de su hijita, pero todavía Edinelsa se conmovía profundamente al contarme su drama. Tanto ella como su esposo afrontaron esta crisis, para ambos fue igualmente doloroso. Sólo que enfrentaron su dolor de maneras completamente diferentes. Ella se aferró más a Dios y su fe se fortalecía cada día más, y aun cuando no entendiese los propósitos de Dios, los aceptaba. El esposo, que también era creyente y un líder dentro de la iglesia, tuvo una actitud opuesta y culpaba a Dios por la muerte de su hija. Con el paso del tiempo, esas dos actitudes se profundizaron y mientras Edinelsa continuaba firme en las promesas de Dios, su esposo salió de la iglesia e inició una vida lejos de los caminos de Dios. Es siempre así, los momentos críticos de la vida nos hacen ver de qué material estamos hechos espiritualmente.

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