lunes, 4 de febrero de 2008

SENTADO, JUNTO AL CAMINO Y MENDIGANDO


"Entonces vinieron a Jericó, y al salir de Jericó él y sus discípulos y una grande multitud, Bartimeo, el ciego, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino mendigando" (Marcos 10:46).

No sabemos durante cuánto tiempo Bartimeo estuvo ciego, lo que sí podemos decir es que él no fue ciego toda la vida, hubo un tiempo en que él podía ver. Es triste la condición de aquél que, como Bartimeo, carece de visión, pues está condenado a la oscuridad, sin poder discernir la gama de colores que, en sus múltiples matices, configuran la belleza del mundo natural. Bartimeo no podía diferenciar el día y la noche, para él sólo existía una noche perpetua. Esa oscuridad hacía que Bartimeo camine con inseguridad y muchas veces tropiece al no advertir el peligro. Bartimeo dependía por completo de su rutina ya establecida, lo desconocido le causaba temor, sólo se sentía seguro en el camino de siempre.
Si bien, es triste la ceguera física; es una verdadera tragedia la ceguera espiritual. Un ciego espiritual es quien no diferencia lo correcto de lo incorrecto. Un ciego espiritual es quien tiene temor al futuro. Un ciego espiritual es un pesimista consumado pues todo lo ve oscuro. Un ciego espiritual se aferra a sus tradiciones y es incapaz de explorar nuevos rumbos. ¿Te has puesto a pensar que puedes ser un ciego espiritual?
Como consecuencia de su ceguera, Bartimeo había aprendido una rutina que lo hacía sentir cómodo y seguro. La Biblia nos dice que Bartimeo estaba sentado, junto al camino y mendigando. Esa es la descripción de una vida si propósito. Pobrecito Bartimeo, cuán penosa era su condición. Veamos más de cerca la condición de este hombre, la Escritura dice que el ciego estaba sentado. Alguien que está sentado no avanza. El tiempo pasaba y Bartimeo estaba siempre en el mismo lugar, incapaz de levantarse y avanzar. Cuando se pierde la visión espiritual hay un estancamiento en nuestra vida. Ayer escuché decir a una hermana de nuestra iglesia: "en las últimas semanas, he crecido espiritualmente por lo menos dos metros". Ella estaba participando de un programa diario de oración y lectura de la Biblia en la primera hora de cada mañana. Ella no está sentada mientras otros avanzan, ella avanza también.
Otra característica de alguien que perdió la visión es que no sigue el camino. Bartimeo ya no estaba en el camino, apenas estaba junto al camino. Muy cerca del camino como para dar la impresión de que estaba allí, pero en realidad ya no estaba en el camino. Un camino existe porque hay algún destino, si alguien se queda junto al camino nunca llegará a su destino. De la misma manera, si alguien pierde la visión espiritual estará sin rumbo en la vida espiritual, y una persona sin rumbo sólo da vueltas en círculo. Muchos cristianos están en frenética actividad, haciendo esto y aquello, pero han perdido de vista el propósito esencial de la vida cristiana: estar preparado para ser un ciudadano de la patria celestial. Aquellos cristianos se mantienen junto al camino porque todavía están participando en la iglesia, incluso hasta liderando la iglesia; pero, en realidad, ya perdieron el camino pues no se preocupan de su comunión diaria con Dios.
Finalmente, Bartimeo estaba mendigando. Un mendigo sólo está acostumbrado a recibir. En la vida espiritual hay también muchos que sólo están acostumbrados a recibir y no han cultivado el arte de compartir. Son cristianos consumistas: quieren recibir buenos sermones, están esperando programas que les hagan sentir bien y exigen ser visitados con mayor frecuencia. Su lista de demandas es inagotable pues creen que la iglesia debe satisfacerlos y mantenerlos contentos. Que triste equivocación, pues nuestro señor Jesucristo dijo que "es más bienaventurado dar que recibir". Cuando un predicador termina su sermón debe saber que la mayor bendición ha sido para él, pues "es más bienaventurado dar que recibir". Lo mismo se puede decir del instructor bíblico, del visitador y de quien practica habitualmente la oración intercesora. Por eso es triste la vida del mendigo espiritual, porque no está disfrutando de las bendiciones del dar.

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