martes, 5 de febrero de 2008

UNA NUEVA DIETA ESPIRITUAL


"Sino que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche" (Salmos 1:2).

Cesia tiene un año, ocho meses y cuatro días. Le gusta levantarse temprano y correr a despertar a su hermano mayor metiendo su dedito en el ojo. Cuando ríe lo hace con ganas, sin ninguna discreción, y cuando llora lo hace con tanto empeño que pone en riesgo los tímpanos de quienes la rodean. Desde que aprendió a caminar ha ido perfeccionando sus habilidades motrices al punto que no es raro verla escalando laboriosamente las ventanas, demasiado accesibles, de nuestra casa. No me importa lo ruidosa que es o la frecuente impertinencia con que irrumpe en mi reducida oficina, ella tiene las puertas abiertas para molestar cuantas veces quiera, pues es mi adorable hija menor. Una de las cosas que más me gustan de la pequeña Cesia es que casi siempre parece saber lo que quiere, eso sí, tiene grandes dificultades para discernir si lo que quiere es realmente lo que le conviene. Hace poco estábamos almorzando en un pequeño restaurante de nuestra ciudad, pedimos bebidas gaseosas para los adultos y agua para los niños. Cesia no quedó conforme con el agua que pedimos para ella, quería lo que los adultos estábamos tomando. Sabiendo de antemano que era una misión casi imposible, tratamos de convencerla de las bondades del agua pura. Le dimos un pequeño discurso sobre la inconveniencia de que ella tome bebidas gaseosas (claro, nuestro ejemplo tenía mejor oratoria que nuestras palabras). Se nos ocurrió entonces que si tomaba un sorbo de gaseosa pasaría como con su hermano mayor, Ruben Daniel, quien después de tomar gaseosa por primera vez, nunca más quiso tomar otra, hasta desarrolló cierta aversión a esas bebidas. Pensando en eso, le dimos un poquito a Cesia. Ella probó, arrugó la cara como si estuviera tomando un remedio, respiró hondamente, esperó unos segundos como tomando valor y pidió más. Desde allí, todos tomamos agua de mesa en los restaurantes (por lo menos cuando vamos con los bebes).
Creo que el incidente anterior puede ilustrar la lección que podemos extraer del texto de hoy: "Sólo podemos deleitarnos en algo que nos gusta y sólo puede gustarnos algo que hemos probado". La Biblia describe al hombre justo como alguien que se deleita en la ley de Jehová. Cuando el salmista escribió estás palabras no sólo estaba pensando en los mandamientos, él se refiere a toda la Palabra de Dios. El veía a las Sagradas Escrituras como un delicioso banquete colmado de manjares exóticos. ¡Qué comparación más apropiada! El mismo Jesús dijo que "no sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios". No conozco a nadie que no necesite de alimentarse para poder vivir. El alimento es esencial para nuestro cuerpo. Pero hay alimentos buenos y otros completamente perjudiciales que pueden llevarnos incluso hasta la muerte. La Palabra de Dios es alimento bueno, de primera calidad, sólo que nuestro cuerpo está acostumbrado a alimentos espirituales de baja calidad, y cuando vamos a la Sagrada Escritura no encontramos deleite en ella. Nos gustan más la comida chatarra de la filosofía humana, gozamos en condimentar nuestra mente con el vacío secularismo contemporáneo, encontramos placer en el relativismo de la ética circunstancial, todo ese alimento nos mantiene en la obesidad de la pedantería pseudo-intelectual. Tenemos que aprender a disfrutar con las vitaminas de esperanza y poder de los salmos, necesitamos construir sólidos músculos espirituales con las proteínas de la sana doctrina y precisamos cada día de las calorías del Espíritu Santo. Al comienzo tenemos que esforzarnos en la nueva dieta espiritual, nos parecerá insípida, pero si persistimos aprenderemos a gozar de la Palabra, sentiremos hambre de la presencia de Dios, y no hay nada más delicioso que comer cuando se tiene hambre. Allí entenderemos a cabalidad la experiencia del salmista, pues encontraremos deleite en meditar día y noche en la Palabra de Dios.

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