martes, 5 de febrero de 2008

DIME CON QUIÉN ANDAS Y TE DIRÉ QUIÉN ERES


"Bienaventurado el varon que... ni en silla de escarnecedores se ha sentado" (Salmos 1:1).

Aunque no recuerdo su nombre, todavía recuerdo su leve torpeza al caminar y su triste mirada adolescente. Era el nuevo compañero en nuestra bulliciosa aula del cuarto de secundaria. Llegó casi a mitad de año, cuando ya todos formábamos parte de algún grupo de amigos. Podía ver los esfuerzos que hacía para conseguir amigos y el poco éxito que tenía. Yo también había vivido el mismo sentimiento de estar como fuera de lugar en un ambiente desconocido y huérfano de amigos. Fueron varias las veces que llegué como el hijo mayor del nuevo pastor de la iglesia y ya sabía el proceso: ser el nuevo del grupo, hacer amigos, profundizar entrañables amistades y luego dejar los amigos, para empezar todo de nuevo en otro lugar. Así que traté de tender un puente hacia mi nuevo compañero, traté de incluirlo entre el grupo de mis amigos. Ciertamente fue difícil, él no ayudaba mucho. Era bastante lento para hablar, para caminar o para hacer cualquier cosa y los muchachos no gustaban de su compañía. A pesar de mis intenciones, tuve que ver con resignación cómo él se iba encerrando más y más en un confinamiento solitario casi inexpugnable. Muchos de los compañeros de clase vieron en él una presa fácil de las bromas pesadas. Su andar cansino era motivo de burlas y su hablar pausado y casi inaudible era motivo de risas. Le pusieron mil apodos, cada uno más humillante que el otro. Tengo que confesar que fui un cobarde, tendría que haber hecho algo pero no hice nada. Recién ahora me parece evidente que podría haber hecho algo por defenderlo, en aquel tiempo lo veía hundirse frente al beneplácito de todos sin poder -quizá sin querer- hacer nada. No pasó mucho tiempo cuando empecé también a disfrutar de las burlas incluso promover alguna que otra cosa contra él. Parecíamos una turba inmisericorde que nunca se cansaba de humillar. Mi compañero se fue del colegio, creo que pocos de los muchachos del salón lo recuerdan. Pero aun hoy, después de tantos años, todavía me avergüenzo de no haber vencido la presión de grupo para hacer lo que era correcto.
La felicidad parece encontrarse en la aceptación de un grupo de amigos. Se pasan deliciosos momentos de diversión y conversación informal con ellos. Es maravilloso ese sentido de pertenencia y complicidad que proporcionan los pequeños grupos de amigos en la etapa adolescente. Hablamos de nuestros verdaderos intereses abiertamente y sentimos que un cálido manto protector nos envuelve en medio de las confesiones más íntimas. Sólo que el grupo también puede convertirse en un terrible mounstro de cabeza horrible. Eso ocurre cuando no hemos tenido el buen juicio de rodearnos de personas que nos ayuden a ser mejores. Si la tendencia predominante del grupo es hacer maldades, pronto te encontrarás haciendo maldades. Si el placer de tu grupo de amigos es perder el tiempo sin hacer nada útil, pronto encontrarás que no hiciste de tu vida algo que valga la pena. Este salmo nos está diciendo precisamente eso cuando dice que es feliz quien no se ha sentado en silla de escarnecedores. Dios nos indica que no debemos encontrar placer en compañía de quienes se gozan en burlarse de los demás. Cuántas personas encuentran que los amigos que tienen son lo más valioso, incluso más que obedecer la Palabra de Dios. Millones viven tratando de agradar a otras personas, pero no se preocupan de agradar a Dios. La presión social es intensa y es directamente proporcional al deseo de caminar según la voluntad de Dios. Cuanto más quieres ser fiel, más sentirás la presión para que no lo seas. De allí la importancia de rodearse de personas que también amen a Dios y quieran seguir a Jesús. Es por eso que existe la iglesia, para que juntos, con virtudes y defectos, nos animemos unos a los otros para persistir en la fe. Es bueno que pensemos sobre las influencias que ejercen en nosotros las personas que nos rodean y cuán necesario es que cada día permitamos que la mayor influencia en nuestra vida sea la del Espíritu Santo.

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