Y el jefe de los coperos no se acordó de José, sino que le olvidó." Génesis 40:23
José tenía todas las razones del mundo para vivir lamentándose. Cada vez que parecía que las cosas iban a mejorar en su vida, terminaban empeorando. Incluso, los que se llamaban sus amigos terminaban olvidándolo. En la prisión había ayudado a un altísimo funcionario público, nada menos que el copero del Faraón, y la promesa de ser ayudado por este hombre, era una pequeña luz de esperanza para ser librado de la injusticia que se estaba cometiendo con él. El asunto es que el copero no se acordó más de José, al recuperar a su familia y gozar otra vez de su posición social privilegiada, se olvidó de quien lo había ayudado en el momento más difícil de su vida. Así, se esfumó para José una buena oportunidad de salir de esa injusta prisión. José podía entregarse por completo a la depresión y lamentarse del destino cruel que le había tocado, pero su confianza en Dios era demasiado grande como para entregarse a ese ejercicio inútil de solazarse en la autocompasión. Su actitud frente a la vida era diferente. Nada podía destruir su convicción de que Dios estaba dirigiendo su vida. La luz de su valeroso testimonio siguió brillando en medio de la oscuridad de la cárcel egipcia.
¡Cuantas veces en la vida nos sentimos plastados por acontecimientos devastadores! Todos los seres humanos hemos tenido que afrontar momentos críticos, en los que nos sentimos tratados injustamente por la vida. La estrategia más común para enfrentar esas situaciones es la de lamentarse, e ir por la vida mascullando nuestras desgracias. Esa es una estrategia equivocada que no nos llevará a ninguna parte, excepto al profundo barranco de la desesperación. Es necesario aprender de José, que veía en todas las adversidades eran un motivo para fortalecerse espiritualmente. Cuando era hijo, era el mejor hijo. Cuando fue esclavo, fue el más cumplido. Como mayordomo, fue fiel hasta en las cosas ocultas. Como presidiario, fue el más confiable. Sin duda, el carácter que se requiere para ser un gran gobernante lo adquirió mediante sus continuas victorias contra la adversidad. Para quien confía en Dios, toda situación desesperante es una oportunidad para perfeccionarse espiritualmente. José tenía la absoluta certeza que su vida estaba en las manos de Dios, por eso ninguna ingratitud manchaba su corazón, y ninguna indiferencia le quitaba el deseo de hacer el bien. El no confiaba en Dios sólo por la esperanza de tener beneficios en la vida, sino porque realmente le amaba, sin ningún interés de ser recompensado.
Un hombre ciego estaba mendigando sentado en la vereda. Tenía a sus pies un viejo sombrero de paja con unas pocas monedas, y al lado izquierdo una tabla en la que alguien había escrito, con letra descuidada y fea, un mensaje para los transeúntes: "POR FAVOR AYÚDEME, SOY CIEGO". Uno de los publicistas más famosos de la ciudad pasó por allí y se detuvo a observar el letrero. Con un leve movimiento de cabeza dio una señal de desaprobación por el gastado letrero. Tomó la tabla, y con algunos pinceles que traía en su mano empezó a cambiar el letrero. Al terminar su breve trabajo, dejó la tabla en su lugar, colocó una moneda en el viejo sombrero y se marchó. El mendigo notó que algo había pasado, pero no sabía exactamente qué era. Las horas pasaron, y las monedas se transformaron en billetes que empezaban a cubrir por completo su sombrero de paja. El mendigo no salía de su asombro, se preguntaba qué había hecho este hombre con el letrero para que ahora recibiese tanto dinero. A media tarde, regresó el publicista y el mendigo lo reconoció por su modo de caminar. Entonces le preguntó qué había hecho con su letrero. El hombre simplemente le dijo: "Nada, es el mismo letrero con otras palabras". El publicista dejó otras monedas para el hombre, quien poco después se enteró que en su vieja tabla, con lindas letras artísticas, estaba el siguiente mensaje: "HOY ES PRIMAVERA, Y NO PUEDO VERLA".
Como aquél ciego, nosotros también necesitamos cambiar de estrategia para enfrentar los desafíos de la vida. La seguridad de la presencia de Dios, y la certeza de su perdón, nos darán la fuerza y la vitalidad para seguir adelante, aún en medio de la adversidad.
José tenía todas las razones del mundo para vivir lamentándose. Cada vez que parecía que las cosas iban a mejorar en su vida, terminaban empeorando. Incluso, los que se llamaban sus amigos terminaban olvidándolo. En la prisión había ayudado a un altísimo funcionario público, nada menos que el copero del Faraón, y la promesa de ser ayudado por este hombre, era una pequeña luz de esperanza para ser librado de la injusticia que se estaba cometiendo con él. El asunto es que el copero no se acordó más de José, al recuperar a su familia y gozar otra vez de su posición social privilegiada, se olvidó de quien lo había ayudado en el momento más difícil de su vida. Así, se esfumó para José una buena oportunidad de salir de esa injusta prisión. José podía entregarse por completo a la depresión y lamentarse del destino cruel que le había tocado, pero su confianza en Dios era demasiado grande como para entregarse a ese ejercicio inútil de solazarse en la autocompasión. Su actitud frente a la vida era diferente. Nada podía destruir su convicción de que Dios estaba dirigiendo su vida. La luz de su valeroso testimonio siguió brillando en medio de la oscuridad de la cárcel egipcia.
¡Cuantas veces en la vida nos sentimos plastados por acontecimientos devastadores! Todos los seres humanos hemos tenido que afrontar momentos críticos, en los que nos sentimos tratados injustamente por la vida. La estrategia más común para enfrentar esas situaciones es la de lamentarse, e ir por la vida mascullando nuestras desgracias. Esa es una estrategia equivocada que no nos llevará a ninguna parte, excepto al profundo barranco de la desesperación. Es necesario aprender de José, que veía en todas las adversidades eran un motivo para fortalecerse espiritualmente. Cuando era hijo, era el mejor hijo. Cuando fue esclavo, fue el más cumplido. Como mayordomo, fue fiel hasta en las cosas ocultas. Como presidiario, fue el más confiable. Sin duda, el carácter que se requiere para ser un gran gobernante lo adquirió mediante sus continuas victorias contra la adversidad. Para quien confía en Dios, toda situación desesperante es una oportunidad para perfeccionarse espiritualmente. José tenía la absoluta certeza que su vida estaba en las manos de Dios, por eso ninguna ingratitud manchaba su corazón, y ninguna indiferencia le quitaba el deseo de hacer el bien. El no confiaba en Dios sólo por la esperanza de tener beneficios en la vida, sino porque realmente le amaba, sin ningún interés de ser recompensado.
Un hombre ciego estaba mendigando sentado en la vereda. Tenía a sus pies un viejo sombrero de paja con unas pocas monedas, y al lado izquierdo una tabla en la que alguien había escrito, con letra descuidada y fea, un mensaje para los transeúntes: "POR FAVOR AYÚDEME, SOY CIEGO". Uno de los publicistas más famosos de la ciudad pasó por allí y se detuvo a observar el letrero. Con un leve movimiento de cabeza dio una señal de desaprobación por el gastado letrero. Tomó la tabla, y con algunos pinceles que traía en su mano empezó a cambiar el letrero. Al terminar su breve trabajo, dejó la tabla en su lugar, colocó una moneda en el viejo sombrero y se marchó. El mendigo notó que algo había pasado, pero no sabía exactamente qué era. Las horas pasaron, y las monedas se transformaron en billetes que empezaban a cubrir por completo su sombrero de paja. El mendigo no salía de su asombro, se preguntaba qué había hecho este hombre con el letrero para que ahora recibiese tanto dinero. A media tarde, regresó el publicista y el mendigo lo reconoció por su modo de caminar. Entonces le preguntó qué había hecho con su letrero. El hombre simplemente le dijo: "Nada, es el mismo letrero con otras palabras". El publicista dejó otras monedas para el hombre, quien poco después se enteró que en su vieja tabla, con lindas letras artísticas, estaba el siguiente mensaje: "HOY ES PRIMAVERA, Y NO PUEDO VERLA".
Como aquél ciego, nosotros también necesitamos cambiar de estrategia para enfrentar los desafíos de la vida. La seguridad de la presencia de Dios, y la certeza de su perdón, nos darán la fuerza y la vitalidad para seguir adelante, aún en medio de la adversidad.
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