"Y les decían los hijos de Israel: Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos; pues nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud. Y Jehová dijo a Moisés: He aquí yo os haré llover pan del cielo; y el pueblo saldrá, y recogerá diariamente la porción de un dia, para que yo lo pruebe si anda en mi ley, o no" Exodo 16: 3, 4.
A cada quien le parece que la comida de su país es la más deliciosa. Como todo lo que tiene que ver con gustos personales, el tema de la mejor comida es una discusión en la que nunca nadie va a ponerse de acuerdo. Soy peruano y pienso que la comida peruana es la mejor del mundo. Lo que no estoy muy seguro es si pienso eso porque soy peruano, o porque no he probado todos los tipos de comida que hay en el mundo, o simplemente porque la mayor parte de mi vida he comido en el Perú. Ahora bien, un inglés dirá que no hay comida en el mundo que se iguale con la inglesa, y un francés dirá que la mejor es la francesa, un italiano expondrá argumentos sólidos a favor de la comida italiana, un chino tratará de convencernos presentándonos lo mejor de la comida china, un brasilero nos hablará de las maravillas que se puede comer en Brasil. Todos defenderán el tipo de comida de su país. Perdón, me corrijo en este instante, no todos. Hay una notable excepción a esta regla, hay una nación que prefería la comida de otro país: los israelitas en los tiempos de Moisés preferían la comida egipcia. Ellos añoraban las exquisiteces de la cocina egipcia: la carne, el pescado fresco y abundante, las jugosas ensaladas de pepino, los grandes melones, las sopas de poro aderezadas con cebolla y ajos (Números 11:5). Cuanto más tiempo pasaban en el desierto más deliciosa les parecía la comida egipcia. En realidad no culpo a los israelitas, los pobres habían crecido alimentándose en Egipto y ahora tenían que cambiar drásticamente de dieta, hasta me resultan dignos de compasión. Si bien, la comida que Dios estaba dispuesto a ofrecerles era más nutritiva y de mejor calidad, ellos y sus estómagos estaban habituados a una dieta inferior.
¡Con cuánta frecuencia esto mismo sucede en nuestra vida espiritual! A pesar de haber sido librados de Egipto, que es símbolo del pecado, todavía nuestro estómago espiritual anhela la dieta egipcia antes que el pan que Dios está dispuesto a darnos. Me gustaría que reflexiones en este momento sobre el tipo de dieta espiritual que más te agrada. ¿Será que todavía estás participando de la dieta egipcia? ¿Que tal un saltadito de telenovela aderezada con publicidad de contenidos eróticos? ¿O prefieres un chupe de fanatismo futbolístico con su rica porción de discusiones vanas? ¿O mejor, un supercombo de pornografía con abundantes pensamientos impuros? ¿No te atrae también la especialidad de la casa: lecturas con bajo contenido de valores morales? El menú en las mesas de Egipto es variado y hay para todos los gustos: Puré de amigos inconvenientes acompañado de irresistibles y picantes chistes indecorosos, cebichito de canciones mundanas; y, no podía faltar el producto de mayor demanda en el mercado de comida chatarra espiritual: frituras de tiempo perdido con su rica guarnición de películas violentas. ¿No te apetece? Muchos cristianos que salieron de Egipto con grandes manifestaciones del poder divino, todavía disfrutan de la comida que Egipto les ofrecía. Como consecuencia de una dieta equivocada sobrevienen las enfermedades espirituales: la apatía para con las cosas de Dios, el bajo nivel de entusiasmo en la vida cristiana y finalmente la muerte espiritual.
Recuerdo cómo mi padre elegía las mejores frutas y verduras cuando salíamos a comprar. Lo seguíamos por todo el mercado con mi hermano, tienda por tienda con nuestras grandes y gastadas bolsas en la mano. El método de mi padre era invariable: preguntaba en diez lugares diferentes antes de elegir lo que iba a llevar. No nos gustaba mucho esa rutina, nos parecía una pérdida de tiempo no comprar en el primer establecimiento. Eso pensaba antes, ahora que soy padre pienso diferente. Ahora, cada vez que voy a comprar, trato de elegir lo mejor, lo más fresco, incluso he aprendido a ser cuidadoso y ver las fechas de vencimiento de cada producto. Es que mientras estoy eligiendo la leche, las verduras y las frutas, pienso en mis pequeños Rubencito y Cesia. Y para ellos siempre quiero lo mejor... como hacía mi padre. Me emociono al pensar en mi Padre celestial preparando un sabroso banquete espiritual para cada día. El quiere lo mejor para mí, el anhela darme pensamientos puros y elevados. Desea darme su fresco discurso de motivación y fortaleza para empezar cada día. Así como Israel recibía diariamente su porción de alimento celestial, Dios desea compartir vislumbres maravillosas de su amor para mí, y desea hacerlo cada día. ¿Cómo podría dejar la comida sobre la mesa de mi Padre y salir sin tener la cortesía de alimentarme con lo mejor que él consiguió para mí?
A cada quien le parece que la comida de su país es la más deliciosa. Como todo lo que tiene que ver con gustos personales, el tema de la mejor comida es una discusión en la que nunca nadie va a ponerse de acuerdo. Soy peruano y pienso que la comida peruana es la mejor del mundo. Lo que no estoy muy seguro es si pienso eso porque soy peruano, o porque no he probado todos los tipos de comida que hay en el mundo, o simplemente porque la mayor parte de mi vida he comido en el Perú. Ahora bien, un inglés dirá que no hay comida en el mundo que se iguale con la inglesa, y un francés dirá que la mejor es la francesa, un italiano expondrá argumentos sólidos a favor de la comida italiana, un chino tratará de convencernos presentándonos lo mejor de la comida china, un brasilero nos hablará de las maravillas que se puede comer en Brasil. Todos defenderán el tipo de comida de su país. Perdón, me corrijo en este instante, no todos. Hay una notable excepción a esta regla, hay una nación que prefería la comida de otro país: los israelitas en los tiempos de Moisés preferían la comida egipcia. Ellos añoraban las exquisiteces de la cocina egipcia: la carne, el pescado fresco y abundante, las jugosas ensaladas de pepino, los grandes melones, las sopas de poro aderezadas con cebolla y ajos (Números 11:5). Cuanto más tiempo pasaban en el desierto más deliciosa les parecía la comida egipcia. En realidad no culpo a los israelitas, los pobres habían crecido alimentándose en Egipto y ahora tenían que cambiar drásticamente de dieta, hasta me resultan dignos de compasión. Si bien, la comida que Dios estaba dispuesto a ofrecerles era más nutritiva y de mejor calidad, ellos y sus estómagos estaban habituados a una dieta inferior.
¡Con cuánta frecuencia esto mismo sucede en nuestra vida espiritual! A pesar de haber sido librados de Egipto, que es símbolo del pecado, todavía nuestro estómago espiritual anhela la dieta egipcia antes que el pan que Dios está dispuesto a darnos. Me gustaría que reflexiones en este momento sobre el tipo de dieta espiritual que más te agrada. ¿Será que todavía estás participando de la dieta egipcia? ¿Que tal un saltadito de telenovela aderezada con publicidad de contenidos eróticos? ¿O prefieres un chupe de fanatismo futbolístico con su rica porción de discusiones vanas? ¿O mejor, un supercombo de pornografía con abundantes pensamientos impuros? ¿No te atrae también la especialidad de la casa: lecturas con bajo contenido de valores morales? El menú en las mesas de Egipto es variado y hay para todos los gustos: Puré de amigos inconvenientes acompañado de irresistibles y picantes chistes indecorosos, cebichito de canciones mundanas; y, no podía faltar el producto de mayor demanda en el mercado de comida chatarra espiritual: frituras de tiempo perdido con su rica guarnición de películas violentas. ¿No te apetece? Muchos cristianos que salieron de Egipto con grandes manifestaciones del poder divino, todavía disfrutan de la comida que Egipto les ofrecía. Como consecuencia de una dieta equivocada sobrevienen las enfermedades espirituales: la apatía para con las cosas de Dios, el bajo nivel de entusiasmo en la vida cristiana y finalmente la muerte espiritual.
Recuerdo cómo mi padre elegía las mejores frutas y verduras cuando salíamos a comprar. Lo seguíamos por todo el mercado con mi hermano, tienda por tienda con nuestras grandes y gastadas bolsas en la mano. El método de mi padre era invariable: preguntaba en diez lugares diferentes antes de elegir lo que iba a llevar. No nos gustaba mucho esa rutina, nos parecía una pérdida de tiempo no comprar en el primer establecimiento. Eso pensaba antes, ahora que soy padre pienso diferente. Ahora, cada vez que voy a comprar, trato de elegir lo mejor, lo más fresco, incluso he aprendido a ser cuidadoso y ver las fechas de vencimiento de cada producto. Es que mientras estoy eligiendo la leche, las verduras y las frutas, pienso en mis pequeños Rubencito y Cesia. Y para ellos siempre quiero lo mejor... como hacía mi padre. Me emociono al pensar en mi Padre celestial preparando un sabroso banquete espiritual para cada día. El quiere lo mejor para mí, el anhela darme pensamientos puros y elevados. Desea darme su fresco discurso de motivación y fortaleza para empezar cada día. Así como Israel recibía diariamente su porción de alimento celestial, Dios desea compartir vislumbres maravillosas de su amor para mí, y desea hacerlo cada día. ¿Cómo podría dejar la comida sobre la mesa de mi Padre y salir sin tener la cortesía de alimentarme con lo mejor que él consiguió para mí?
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