"E hizo Josué como le dijo Moisés, peleando contra Amalec; y Moisés y Aarón y Hur subieron a la cumbre del collado. Y sucedía que cuando alzaba Moisés su mano, Israel prevalecía, mas cuando él bajaba su mano, prevalecía Amalec. Y las manos de Moisés se cansaban; por lo que tomaron una piedra, y la pusieron debajo de él, y se sentó sobre ella; y Aaron y Hur sostenían sus manos, el uno de un lado y el otro de otro; así hubo en sus manos firmeza hasta que se puso el sol". Exodo 17:10-12
No había nada distinto aquel día. Nada hacía presagiar los eventos sangrientos que estaban por ocurrir. Hace no muchos días que Israel había dado otra de sus habituales demostraciones de falta de confianza en Dios, y también, una vez más, Dios había demostrado su extraordinario poder arrancando inesperadamente agua fresca de la sólida roca. Pero Israel estaba a punto de enfrentar otro desafío en su travesía hacia la soñada tierra prometida. El pueblo estaba acampando cuando fue tomado por sorpresa por los amalecitas, quienes hicieron estragos entre sus líneas más débiles. En verdad fue un acto de cobardía, pues fueron atacados grupos de mujeres, niños, ancianos, y también quienes marchaban rezagados a causa de alguna enfermedad. Después de la destructiva incursión amalecita, el pueblo de Israel se organizó para la batalla. No contaban con pertrechos militares por lo que debían improvisar su armamento entre las cosas que rescataron de Egipto. Ninguno había recibido entrenamiento para la guerra y tampoco contaban con generales experimentados. Como no tenían fulgurantes uniformes militares, podemos imaginar que dicho ejército más parecía una extraña horda de novatos envalentonados que, armados con palos, piedras y quizá algunas viejas espadas egipcias; marchaban a paso firme y decidido hacia su inexorable aniquilamiento.
Mientras los más hombres más fuertes estaban en el frente de batalla, luchando contra un ejército mucho mejor preparado; un pequeño grupo estaba en la cumbre del collado. Eran ancianos aparentemente inofensivos que estaban contemplando el curso de los acontecimientos. Lo que nadie en el campo de batalla sabía, es que ese grupo de ancianos en el monte eran soldados de élite de Israel, y constituían la clave para la obtención de la victoria. La verdadera batalla no estaba en el atroz enfrentamiento de dos pueblos enemigos, sino en la que se libraba en la cumbre solitaria donde Moisés oraba por Israel. No eran las fuerzas humanas las que hacían avanzar a Israel, era Dios que estaba interviniendo cuando Moisés intercedía por su pueblo, eran las huestes celestiales las que abrían camino al esfuerzo de los hombres. Pero Moisés era anciano y sus brazos se cansaban y cesaba de orar, en esos momentos los amalecitas avanzaban. Aaron y Hur, acampañantes de Moisés en aquel monte, se dieron cuenta que la única garantía de victoria era la oración intercesora de Moisés y sostuvieron sus brazos hasta que la anhelada victoria fue definitiva.
Este relato nos muestra el secreto de la victoria contra las huestes del enemigo. No es posible alcanzar victorias espirituales en la lucha diaria de la vida, sin antes alcanzar la victoria en la cumbre de la montaña. Moisés se había convertido en el más importante guerrero de Israel al orar por su pueblo. Dios quería enseñar a su pueblo la importancia de la oración intercesora, y esa lección también es para nosotros ahora. Viene a mi mente la experiencia victoriosa de Marcos, un fiel miembro de nuestra iglesia. Cuando Marcos conoció a Jesús y lo aceptó como Salvador personal se produjo una muy grande crisis en su hogar. Su esposa estaba completamente indignada con la decisión que él había tomado. Ella decía: "yo no me casé con un adventista, me casé con un católico porque quería un hogar católico". Aquella esposa hacía todo lo posible para sacar a su esposo de la iglesia: lo maltrataba cada vez que podía, le decía palabras humillantes y hasta le escondía la ropa para que no pudiese ir a la iglesia. Marcos empezó a orar cada día por su esposa. A pesar de todas las pruebas que enfrentaba en su hogar, el persistió en la oración. El tiempo pasaba y no parecía haber un cambio significativo en la vida de su esposa. Pronto se unieron a él otros hermanos para orar por su esposa. Pasó algún tiempo antes que Marcos advirtiera un cambio de actitud en ella. Grande fue su sorpresa cuando supo que ella estaba estudiando la Biblia y asistiendo a un pequeño grupo. Algunos meses después tuve la alegría de bautizar a aquella mujer que tanto había luchado contra su esposo creyente. Marcos asegura que fue un milagro lo que acontenció en su familia, un milagro que fue posible gracias a su perseverancia por mantenerse en la cumbre de la oración. Mientras nos mantengamos en oración, tendremos victorias espirituales. Cuando descuidamos la oración, las huestes del enemigo ganan terreno en lucha espiritual y sobrevienen la derrota y el fracaso.
No había nada distinto aquel día. Nada hacía presagiar los eventos sangrientos que estaban por ocurrir. Hace no muchos días que Israel había dado otra de sus habituales demostraciones de falta de confianza en Dios, y también, una vez más, Dios había demostrado su extraordinario poder arrancando inesperadamente agua fresca de la sólida roca. Pero Israel estaba a punto de enfrentar otro desafío en su travesía hacia la soñada tierra prometida. El pueblo estaba acampando cuando fue tomado por sorpresa por los amalecitas, quienes hicieron estragos entre sus líneas más débiles. En verdad fue un acto de cobardía, pues fueron atacados grupos de mujeres, niños, ancianos, y también quienes marchaban rezagados a causa de alguna enfermedad. Después de la destructiva incursión amalecita, el pueblo de Israel se organizó para la batalla. No contaban con pertrechos militares por lo que debían improvisar su armamento entre las cosas que rescataron de Egipto. Ninguno había recibido entrenamiento para la guerra y tampoco contaban con generales experimentados. Como no tenían fulgurantes uniformes militares, podemos imaginar que dicho ejército más parecía una extraña horda de novatos envalentonados que, armados con palos, piedras y quizá algunas viejas espadas egipcias; marchaban a paso firme y decidido hacia su inexorable aniquilamiento.
Mientras los más hombres más fuertes estaban en el frente de batalla, luchando contra un ejército mucho mejor preparado; un pequeño grupo estaba en la cumbre del collado. Eran ancianos aparentemente inofensivos que estaban contemplando el curso de los acontecimientos. Lo que nadie en el campo de batalla sabía, es que ese grupo de ancianos en el monte eran soldados de élite de Israel, y constituían la clave para la obtención de la victoria. La verdadera batalla no estaba en el atroz enfrentamiento de dos pueblos enemigos, sino en la que se libraba en la cumbre solitaria donde Moisés oraba por Israel. No eran las fuerzas humanas las que hacían avanzar a Israel, era Dios que estaba interviniendo cuando Moisés intercedía por su pueblo, eran las huestes celestiales las que abrían camino al esfuerzo de los hombres. Pero Moisés era anciano y sus brazos se cansaban y cesaba de orar, en esos momentos los amalecitas avanzaban. Aaron y Hur, acampañantes de Moisés en aquel monte, se dieron cuenta que la única garantía de victoria era la oración intercesora de Moisés y sostuvieron sus brazos hasta que la anhelada victoria fue definitiva.
Este relato nos muestra el secreto de la victoria contra las huestes del enemigo. No es posible alcanzar victorias espirituales en la lucha diaria de la vida, sin antes alcanzar la victoria en la cumbre de la montaña. Moisés se había convertido en el más importante guerrero de Israel al orar por su pueblo. Dios quería enseñar a su pueblo la importancia de la oración intercesora, y esa lección también es para nosotros ahora. Viene a mi mente la experiencia victoriosa de Marcos, un fiel miembro de nuestra iglesia. Cuando Marcos conoció a Jesús y lo aceptó como Salvador personal se produjo una muy grande crisis en su hogar. Su esposa estaba completamente indignada con la decisión que él había tomado. Ella decía: "yo no me casé con un adventista, me casé con un católico porque quería un hogar católico". Aquella esposa hacía todo lo posible para sacar a su esposo de la iglesia: lo maltrataba cada vez que podía, le decía palabras humillantes y hasta le escondía la ropa para que no pudiese ir a la iglesia. Marcos empezó a orar cada día por su esposa. A pesar de todas las pruebas que enfrentaba en su hogar, el persistió en la oración. El tiempo pasaba y no parecía haber un cambio significativo en la vida de su esposa. Pronto se unieron a él otros hermanos para orar por su esposa. Pasó algún tiempo antes que Marcos advirtiera un cambio de actitud en ella. Grande fue su sorpresa cuando supo que ella estaba estudiando la Biblia y asistiendo a un pequeño grupo. Algunos meses después tuve la alegría de bautizar a aquella mujer que tanto había luchado contra su esposo creyente. Marcos asegura que fue un milagro lo que acontenció en su familia, un milagro que fue posible gracias a su perseverancia por mantenerse en la cumbre de la oración. Mientras nos mantengamos en oración, tendremos victorias espirituales. Cuando descuidamos la oración, las huestes del enemigo ganan terreno en lucha espiritual y sobrevienen la derrota y el fracaso.
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