"Viendo el pueblo que Moisés tardaba en descender del monte, se acercaron entonces a Aarón, y le dijeron: Levántate, haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque a este Moisés, el varón que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido." Exodo 32:1
Apenas había empezado a leer cuando mis padres me regalaron algunos libros sobre la naturaleza y, en especial, sobre astronomía. Recuerdo cómo me encantaba ver las imágenes que se presentaban: nuestro enorme Sol con sus terroríficas tormentas de fuego, los majestuosos planetas del sistema solar, la superficie lunar triturada por la caída millones de meteoritos, los singulares y aristocráticos anillos de Saturno, la misteriosa mancha roja de Júpiter, y muchas otras maravillas del espacio sideral bellamente ilustradas. . Mi imaginación se encendía con la idea de viajar por el espacio, creo que ese fue uno de los sueños preciados de mi infancia y no niego que la idea todavía me seduce de modo casi irresistible. Por aquellos días, cuando alguien me hacía la poco original pregunta: ¿Que vas a hacer cuando seas grande? Le contestaba: "Astronauta". Que tampoco era una respuesta muy original que digamos, ya que más de la mitad de los niños que conocía también querían ser astronautas. En fin, vamos a imaginar que cumplo mi sueño de ser astronauta y voy dar un viajecito por el espacio. Ocupo mi lugar en la nave, vestido con un reluciente traje y espero, con cierta impaciencia, el momento del lanzamiento. Después de unos minutos empieza el anhelado viaje en medio de una refulgente explosión que impulsa la nave al espacio. No pasa mucho tiempo cuando ya puedo mirar nuestro planeta Tierra desde la ventanilla, lo contemplo extasiado por su brillantez y belleza. Decido ponerle más emoción al viaje aumentado la velocidad al máximo, y mi imaginario vehículo llega con cierta facilidad hasta doscientos ochenta mil kilómetros por segundo. Estoy sólo unas horas viajando a esa increíble velocidad; cuando, me asalta la nostalgia, y decido regresar a la tierra. No puedo esperar para abrazar a mi familia y contar a mis amigos acerca de mi gran aventura. Una vez que mi nave se posa sobre tierra veo a un grupo de personas, extrañamente vestidas que se acerca para saludarme. Saludo a todos, y percibo al instante que tienen una manera diferente de hablar mi propio idioma, me muestro cortés con ellos y pregunto por mi familia, ellos dicen que son mi familia. No entiendo nada, pero ellos me explican que son nietos de mis tataranietos. Sigo sin entender, me parece que están tratando de burlarse de mí. Me dejan asombrado cuando me explican que han pasado cien años desde que emprendí el viaje. "No puede ser" me digo a mí mismo "pero si apenas pasé unas cuántas horas en el espacio". Lo que habían sido unas horas para mí, habían significado decenas de años para los demás.
De acuerdo a la ciencia, cuando se viaja a velocidades cercanas a la velocidad de la luz, el tiempo pasa mucho más lentamente. Desde que Einsten formuló su Teoría de la Relatividad, podemos imaginar, con cierta base científica, que alguna vez se puedan realizar estos viajes en el tiempo. Einsten llegó a la conclusión que, aunque nos parezca increíble, el tiempo también es relativo. Ahora bien, en la vida espiritual también el tiempo es relativo; sino pensemos en la noción de tiempo que tendría Moisés al estar, en la cumbre de la montaña, disfrutando de la presencia de Dios. Había pasado varias semanas escuchando la voz de Dios y disfrutando cada minuto de su compañía, pero a Moisés le parecía que no había pasado tanto tiempo. Era diferente para los israelitas que lo aguardaban al pie de la montaña, para ellos habían pasado largas semanas de espera. A nadie le gusta esperar, menos a los siempre impacientes israelitas. Ellos aguardaban la llegada de Moisés con tanta impaciencia, que unas pocas semanas les pareció demasiado tiempo. Mientras a Moisés le parecía demasiado breve el tiempo que pasaba con Dios; a los cientos de miles de israelitas en el campamento les parecía excesivamente largo. Ellos pensaban que nadie necesitaba estar con Dios durante tanto tiempo, y que por lo tanto algo había pasado con Moisés. Pronto ese presentimiento se transformó en certeza absoluta, y llegaron a la conclusión que Israel debía continuar su peregrinaje sin Moisés. Por no saber esperar, los israelitas tomaron decisiones equivocadas y hasta negaron su fe fabricando un dios a su medida.
La lección que podemos aprender del versículo de hoy es que debemos saber esperar. Estamos aguardando la gloriosa segunda venida de Jesús. Cada día que pasa nos acerca más hacia ese extraordinario acontecimiento. En medio de esta espera muchos cristianos podrían estar perdiendo la fe. Les parece que Jesús está demorando demasiado, y empiezan a preguntarse si será cierto que él va a regresar. Hay dos maneras de esperar a Jesús: la incorrecta y la correcta. Los israelitas esperaban en el desierto, mientras Moisés disfrutaba de la presencia de Dios en la cumbre de la montaña. Así también, mientras aguardamos el retorno glorioso de nuestro señor Jesús, subamos cada día hacia la cumbre de la montaña para encontrarnos con Dios. Así, mientras a otros les parece que Jesús se tarda demasiado, nosotros ya estaremos viviendo con él. Cuando aprendamos a mantenernos en la presencia de Dios, nuestra espera no será larga y el tiempo nos parecerá breve. Pero lo más hermoso es que nuestra felicidad en la tierra nueva sólo será una continuación glorificada y perfecta de una caminata que iniciamos cuando aprendimos a depender enteramente de Jesús.
Apenas había empezado a leer cuando mis padres me regalaron algunos libros sobre la naturaleza y, en especial, sobre astronomía. Recuerdo cómo me encantaba ver las imágenes que se presentaban: nuestro enorme Sol con sus terroríficas tormentas de fuego, los majestuosos planetas del sistema solar, la superficie lunar triturada por la caída millones de meteoritos, los singulares y aristocráticos anillos de Saturno, la misteriosa mancha roja de Júpiter, y muchas otras maravillas del espacio sideral bellamente ilustradas. . Mi imaginación se encendía con la idea de viajar por el espacio, creo que ese fue uno de los sueños preciados de mi infancia y no niego que la idea todavía me seduce de modo casi irresistible. Por aquellos días, cuando alguien me hacía la poco original pregunta: ¿Que vas a hacer cuando seas grande? Le contestaba: "Astronauta". Que tampoco era una respuesta muy original que digamos, ya que más de la mitad de los niños que conocía también querían ser astronautas. En fin, vamos a imaginar que cumplo mi sueño de ser astronauta y voy dar un viajecito por el espacio. Ocupo mi lugar en la nave, vestido con un reluciente traje y espero, con cierta impaciencia, el momento del lanzamiento. Después de unos minutos empieza el anhelado viaje en medio de una refulgente explosión que impulsa la nave al espacio. No pasa mucho tiempo cuando ya puedo mirar nuestro planeta Tierra desde la ventanilla, lo contemplo extasiado por su brillantez y belleza. Decido ponerle más emoción al viaje aumentado la velocidad al máximo, y mi imaginario vehículo llega con cierta facilidad hasta doscientos ochenta mil kilómetros por segundo. Estoy sólo unas horas viajando a esa increíble velocidad; cuando, me asalta la nostalgia, y decido regresar a la tierra. No puedo esperar para abrazar a mi familia y contar a mis amigos acerca de mi gran aventura. Una vez que mi nave se posa sobre tierra veo a un grupo de personas, extrañamente vestidas que se acerca para saludarme. Saludo a todos, y percibo al instante que tienen una manera diferente de hablar mi propio idioma, me muestro cortés con ellos y pregunto por mi familia, ellos dicen que son mi familia. No entiendo nada, pero ellos me explican que son nietos de mis tataranietos. Sigo sin entender, me parece que están tratando de burlarse de mí. Me dejan asombrado cuando me explican que han pasado cien años desde que emprendí el viaje. "No puede ser" me digo a mí mismo "pero si apenas pasé unas cuántas horas en el espacio". Lo que habían sido unas horas para mí, habían significado decenas de años para los demás.
De acuerdo a la ciencia, cuando se viaja a velocidades cercanas a la velocidad de la luz, el tiempo pasa mucho más lentamente. Desde que Einsten formuló su Teoría de la Relatividad, podemos imaginar, con cierta base científica, que alguna vez se puedan realizar estos viajes en el tiempo. Einsten llegó a la conclusión que, aunque nos parezca increíble, el tiempo también es relativo. Ahora bien, en la vida espiritual también el tiempo es relativo; sino pensemos en la noción de tiempo que tendría Moisés al estar, en la cumbre de la montaña, disfrutando de la presencia de Dios. Había pasado varias semanas escuchando la voz de Dios y disfrutando cada minuto de su compañía, pero a Moisés le parecía que no había pasado tanto tiempo. Era diferente para los israelitas que lo aguardaban al pie de la montaña, para ellos habían pasado largas semanas de espera. A nadie le gusta esperar, menos a los siempre impacientes israelitas. Ellos aguardaban la llegada de Moisés con tanta impaciencia, que unas pocas semanas les pareció demasiado tiempo. Mientras a Moisés le parecía demasiado breve el tiempo que pasaba con Dios; a los cientos de miles de israelitas en el campamento les parecía excesivamente largo. Ellos pensaban que nadie necesitaba estar con Dios durante tanto tiempo, y que por lo tanto algo había pasado con Moisés. Pronto ese presentimiento se transformó en certeza absoluta, y llegaron a la conclusión que Israel debía continuar su peregrinaje sin Moisés. Por no saber esperar, los israelitas tomaron decisiones equivocadas y hasta negaron su fe fabricando un dios a su medida.
La lección que podemos aprender del versículo de hoy es que debemos saber esperar. Estamos aguardando la gloriosa segunda venida de Jesús. Cada día que pasa nos acerca más hacia ese extraordinario acontecimiento. En medio de esta espera muchos cristianos podrían estar perdiendo la fe. Les parece que Jesús está demorando demasiado, y empiezan a preguntarse si será cierto que él va a regresar. Hay dos maneras de esperar a Jesús: la incorrecta y la correcta. Los israelitas esperaban en el desierto, mientras Moisés disfrutaba de la presencia de Dios en la cumbre de la montaña. Así también, mientras aguardamos el retorno glorioso de nuestro señor Jesús, subamos cada día hacia la cumbre de la montaña para encontrarnos con Dios. Así, mientras a otros les parece que Jesús se tarda demasiado, nosotros ya estaremos viviendo con él. Cuando aprendamos a mantenernos en la presencia de Dios, nuestra espera no será larga y el tiempo nos parecerá breve. Pero lo más hermoso es que nuestra felicidad en la tierra nueva sólo será una continuación glorificada y perfecta de una caminata que iniciamos cuando aprendimos a depender enteramente de Jesús.
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