"Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardarais mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra." Exodo 19:5, 6
Nuestra vida es un paisaje pletórico de matices intensos y otros más suaves, de luces y de sombras, de colores vivaces y también de trazos sombríos. A veces tenemos días felices, otras veces tenemos días tristes. A veces reímos, otras veces lloramos. Un día nos sentimos bien, al día siguiente despertamos sintiéndonos mal. Las circunstancias que hacen nuestro diario vivir están cambiando a cada momento, y también nuestros sentimientos. En el desierto, Israel pasaba con extrema facilidad de la confianza a la duda y del entusiasmo al desánimo. Los labios que un día cantaban, al día siguiente murmuraban. Los actos de cada día estaban determinados por sus sentimientos: si se levantaban con ánimo resuelto entonces alabarían a Dios; si, por el contrario, alguna cosa oscurecía su corazón, ese día murmurarían contra Moisés. El rasgo distintivo de Israel en el desierto era que los sentimientos gobernaban su vida emocional y espiritual, y esos sentimientos estaban tiranizados por las circunstancias de la vida. En realidad, no hay que ser demasiado duro con ellos, porque de esa manera actuamos normalmente los seres humanos, supeditando nuestras decisiones al estado de nuestros sentimientos y dejando que éstos sean gobernados por las cambiantes circunstancias de la vida. Por eso vemos a Israel cantando eufóricamente después de cruzar el Mar Rojo, y murmurando cuando escasean el agua y el alimento. Aunque parezca razonable, y hasta inevitable, que las circunstancias determinen nuestro estado de ánimo y nuestras decisiones, el texto de hoy nos presenta otra alternativa: escuchar la voz de Dios y obedecerla. Es decir, dejar que los principios divinos, y no las circunstancias o nuestros cambiantes estados de ánimo, dirijan nuestras decisiones.
Nuestra obediencia a Dios no debe estar condicionada por los deseos de nuestro corazón, sinó por la convicción que obedecerle es la mayor demostración de amor hacia él. Hay cristianos que se sienten motivados a obedecer sólo cuando esperan conseguir algún favor de Dios. Entonces oran diciendo: "Señor, si me gano la lotería, entonces prometo ser fiel en los diezmos". Esa es una obediencia condicionada por las circunstancias de la vida. Nuestra obediencia debe ser una respuesta al amor de nuestro Padre, no una especie de contrato de compra y venta, donde pagamos con obediencia alguna dádiva que estamos esperando de Dios. Otros cristianos prometen obedecer sólo para no enfrentar las consecuencias de alguna desobediencia. Ellos dicen: "Señor si salvas mi pellejo, seré obediente de aquí en adelante". Esa es una obediencia condicionada por el miedo, lo triste es que cuando ya no se tiene miedo ya no se obedece. Sería mejor orar: "Señor te amo porque eres mi Creador y Redentor, deseo obedecerte sin importar las circunstancias que tenga que enfrentar".
Recuerdo que mi madre decía: "las desobediencias nunca ayudan", y aprendí que tenía toda la razón después de enfrentar las consecuencias de cada desobediencia. Porque nosotros podemos elegir obedecer o desobedecer, pero hasta allí llega nuestro libre albedrío, porque las consecuencias de mi elección ya no puedo escoger. Si no obedezco, no puedo esperar bendición y felicidad. El alcohólico puede elegir hundirse cada vez más en su vicio, lo que no puede elegir es que siendo alcohólico disfrute de una buena salud y un hogar feliz. Lo hermoso es que la obediencia también tiene sus consecuencias. Cuando obedecemos recibimos el cumplimiento de las promesas divinas. La obediencia es la condición para el cumplimiento de sus promesas. El texto de hoy nos dice que si escuchamos la voz de Dios y la obedecemos seremos considerados como su tesoro especial. Yo imagino que Dios debe tener muchos tesoros, en realidad cada ser humano sobre la tierra es un tesoro para él. Sin embargo, cuando cumplimos con los propósitos de Dios para nuestra vida, llegamos a ser un "tesoro especial", no uno de los muchos tesoros sino uno muy especial. Un tesoro es especial generalmente porque nos recuerda algún evento de gran significación en nuestra vida, o a alguna persona que amamos mucho. Es decir, un tesoro se transforma en "tesoro especial" por mandato de nuestro corazón. Dios considera de modo tan especial a un hijo obediente, que el mandato de su corazón lo convierte en un "tesoro especial". Entonces lo pone bajo la protección de su caja fuerte celestial porque no quiere que nadie lo destruya, pues es especial. Si aprendes a escuchar la voz de Dios y obedecerlo, entonces él te considera como su "tesoro especial".
Nuestra vida es un paisaje pletórico de matices intensos y otros más suaves, de luces y de sombras, de colores vivaces y también de trazos sombríos. A veces tenemos días felices, otras veces tenemos días tristes. A veces reímos, otras veces lloramos. Un día nos sentimos bien, al día siguiente despertamos sintiéndonos mal. Las circunstancias que hacen nuestro diario vivir están cambiando a cada momento, y también nuestros sentimientos. En el desierto, Israel pasaba con extrema facilidad de la confianza a la duda y del entusiasmo al desánimo. Los labios que un día cantaban, al día siguiente murmuraban. Los actos de cada día estaban determinados por sus sentimientos: si se levantaban con ánimo resuelto entonces alabarían a Dios; si, por el contrario, alguna cosa oscurecía su corazón, ese día murmurarían contra Moisés. El rasgo distintivo de Israel en el desierto era que los sentimientos gobernaban su vida emocional y espiritual, y esos sentimientos estaban tiranizados por las circunstancias de la vida. En realidad, no hay que ser demasiado duro con ellos, porque de esa manera actuamos normalmente los seres humanos, supeditando nuestras decisiones al estado de nuestros sentimientos y dejando que éstos sean gobernados por las cambiantes circunstancias de la vida. Por eso vemos a Israel cantando eufóricamente después de cruzar el Mar Rojo, y murmurando cuando escasean el agua y el alimento. Aunque parezca razonable, y hasta inevitable, que las circunstancias determinen nuestro estado de ánimo y nuestras decisiones, el texto de hoy nos presenta otra alternativa: escuchar la voz de Dios y obedecerla. Es decir, dejar que los principios divinos, y no las circunstancias o nuestros cambiantes estados de ánimo, dirijan nuestras decisiones.
Nuestra obediencia a Dios no debe estar condicionada por los deseos de nuestro corazón, sinó por la convicción que obedecerle es la mayor demostración de amor hacia él. Hay cristianos que se sienten motivados a obedecer sólo cuando esperan conseguir algún favor de Dios. Entonces oran diciendo: "Señor, si me gano la lotería, entonces prometo ser fiel en los diezmos". Esa es una obediencia condicionada por las circunstancias de la vida. Nuestra obediencia debe ser una respuesta al amor de nuestro Padre, no una especie de contrato de compra y venta, donde pagamos con obediencia alguna dádiva que estamos esperando de Dios. Otros cristianos prometen obedecer sólo para no enfrentar las consecuencias de alguna desobediencia. Ellos dicen: "Señor si salvas mi pellejo, seré obediente de aquí en adelante". Esa es una obediencia condicionada por el miedo, lo triste es que cuando ya no se tiene miedo ya no se obedece. Sería mejor orar: "Señor te amo porque eres mi Creador y Redentor, deseo obedecerte sin importar las circunstancias que tenga que enfrentar".
Recuerdo que mi madre decía: "las desobediencias nunca ayudan", y aprendí que tenía toda la razón después de enfrentar las consecuencias de cada desobediencia. Porque nosotros podemos elegir obedecer o desobedecer, pero hasta allí llega nuestro libre albedrío, porque las consecuencias de mi elección ya no puedo escoger. Si no obedezco, no puedo esperar bendición y felicidad. El alcohólico puede elegir hundirse cada vez más en su vicio, lo que no puede elegir es que siendo alcohólico disfrute de una buena salud y un hogar feliz. Lo hermoso es que la obediencia también tiene sus consecuencias. Cuando obedecemos recibimos el cumplimiento de las promesas divinas. La obediencia es la condición para el cumplimiento de sus promesas. El texto de hoy nos dice que si escuchamos la voz de Dios y la obedecemos seremos considerados como su tesoro especial. Yo imagino que Dios debe tener muchos tesoros, en realidad cada ser humano sobre la tierra es un tesoro para él. Sin embargo, cuando cumplimos con los propósitos de Dios para nuestra vida, llegamos a ser un "tesoro especial", no uno de los muchos tesoros sino uno muy especial. Un tesoro es especial generalmente porque nos recuerda algún evento de gran significación en nuestra vida, o a alguna persona que amamos mucho. Es decir, un tesoro se transforma en "tesoro especial" por mandato de nuestro corazón. Dios considera de modo tan especial a un hijo obediente, que el mandato de su corazón lo convierte en un "tesoro especial". Entonces lo pone bajo la protección de su caja fuerte celestial porque no quiere que nadie lo destruya, pues es especial. Si aprendes a escuchar la voz de Dios y obedecerlo, entonces él te considera como su "tesoro especial".
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